viernes, 11 de julio de 2014

CINECLUB LA IMAGEN VIAJERA PRESENTA "EL SASTRE" DE OSCAR PÉREZ

 
FICHA TÉCNICA
Director: Óscar Pérez
Montaje: Óscar Pérez y Mia de Ribot
Productores: Óscar Pérez y Mia de Ribot
País y año de producción: España, 2007
 
El texto original de Elena Oroz se encuentra en Blog&Docs http://www.blogsandocs.com/?p=150

Ocho metros cuadrados en el corazón de Barcelona, “empapelados” con tejidos multicolor y repletos de bolsas de plástico amontonadas y rebosantes de ropa. Apenas hay profundidad de campo, pero en primer término de la imagen destaca una antigua máquina de coser. Detrás de ella, en plano medio, está Mohamed, un sastre de origen paquistaní; a su espalda, en plano americano, Singh, su ayudante hindú. Los clientes de esta sastrería del Raval entrarán en cuadro de perfil, de espaldas o de escorzo, pegados al objetivo y, en ocasiones, fuera de su alcance. A poco menos de un metro de distancia, con su cámara al hombro, se sitúa el director-camarógrafo.
No es que éste sea el único plano de El sastre, el último documental del director gerundense Óscar Pérez, pero sí el que mantendrá con mayor tesón a lo largo de la media hora que dura el filme. Y también el que acaba convirtiéndose en el más significativo, al trazar un triángulo que define certeramente las relaciones entre los sujetos delante y detrás de la cámara y un cuadro ahogado que constriñe la acción al tiempo que la enfatiza.
La falta de espacio, donde los encargos y los arreglos conviven sin ningún tipo de orden, y las precarias condiciones de un establecimiento que se inunda cada vez que llueve podrían ser algunas de las razones por las cuáles Mohamed siempre acaba entregando sus trabajos tarde, y en el peor de los casos, mal. Pantalones que no aparecen y mangas sin ajustar se convierten en el detonante de los más tragicómicos conflictos con los clientes. Pero frente a la insistencia, las reclamaciones o la amenaza de no volver a pisar su tienda, Mohamed continúa impasible, asertivo, agresivo y obcecado. Su discurso esquiva todo tipo de reproches, permanece rotundo en su particular lógica y coherencia interna, a pesar de que su verosimilitud se quiebre en más de una ocasión. La cámara está allí: Mohamed siempre tiene la última palabra y la dirigirá a ésta.
La palabra, la retórica, la persuasión como formas de poder -al fin y al cabo, el único ganador aquí, en caso de que lo haya, será el que logre convencer o exasperar al otro-. El desorden del lugar como metáfora del funcionamiento del poder en los microcosmos donde las relaciones no están regladas o fijadas (1). La sastrería que retrata Óscar Pérez es un espacio al margen de la ciudad y al margen de las relaciones contractuales entre vendedor y consumidor, entre empleado y empleador, entre el Estado y quienes habitan dentro de sus fronteras. Singh, el ayudante hindú, no tiene papeles, no habla castellano y trabaja a destajo por una miseria. Mohamed, tiene un negocio que sacar a flote, puede exigir a sus trabajadores y compensarlos con la “regulación” de su situación. ¿Unidos en la lucha por la supervivencia desde la precariedad? Quizás, aunque lo evidente aquí es el desequilibrio en la relación laboral. De ahí que, en una primera lectura, la película llame la atención por su incorrección política: en El sastre, un inmigrante explota a otro- paradoja ofensiva-, pero como apunta su director, al fin y al cabo, ¿acaso esta relación, este mecanismo en que el explotado devine explotador, no se da también en cualquier oficina, en cualquier otro lugar de trabajo? Y, como ocurre en muchas ocasiones, la renuncia es también aquí la única forma de desafiar la autoridad y salvaguardar la dignidad.
Y, entre ellos, frente a ellos, la cámara se posiciona, involuntaria que no ingenuamente, como otro aparato de autoridad. La distancia mínima entre personajes y director, propicia que Mohamed y Singh le acaben involucrando en su puesta en escena. Óscar Pérez se convierte así en “el hombre de la cámara” que, como evocan los diálogos, les echa una mano cuando lo necesitan, pero que, ante todo, los observa continuamente. Cámara testigo y, como tal, portadora de una visión/versión. Por eso, los personajes, por un lado, cuestionarán su legitimidad (¿acaso no obtendrá algún beneficio?) y buenas intenciones (¿no podría ser un espía?); y por otro, y recordando en el análisis que en su día realizó Ivan G. Ambruñeiras de Delitos flagrantes de Raymond Depardon, la tomarán como cómplice, buscando la comprensión y aprobación de sus actos. Cómo acertadamente muestra El sastre, la cámara testigo difícilmente puede ser neutra, su visión/versión puede juzgar, compadecer o condenar a aquellos que se sitúan delante.
Filme reflexivo, desde la doble perspectiva cinematográfica (en tanto que cuestiona la autoridad de la cámara) y política (como reflexión sobre los mecanismos de poder), El sastre (y el premio Silver Cub que obtuvo en la pasada edición del IDFA) supone un paso en firme (esperemos que también el despegue) en la carrera de Óscar Pérez, documentalista atípico y capaz de radiografiar certeramente la sociedad actual como ya demostraron sus trabajos anteriores: Salve Melilla y los cortometrajes para el programa Gran Angular.

(1) No se trataría aquí de reivindicar la necesidad de regulación para garantizar el equilibrio en las relaciones sociales, más bien de apuntar cierto funcionamiento del poder en una situación concreta. Y, aunque sea desde una nota a pie, de sugerir siguiendo las ideas de Foucault cómo la marginalidad tiene una utilidad económico-política en nuestra sociedad. Véase al respecto la conferencia Las redes del poder de Michel Foucault.

Oscar Pérez y Mia de Ribot han realizado ya su primer largometraje presente en el Festival de Venecia
http://www.blogsandocs.com/?p=1111
Ocho metros cuadrados en el corazón de Barcelona, “empapelados” con tejidos multicolor y repletos de bolsas de plástico amontonadas y rebosantes de ropa. Apenas hay profundidad de campo, pero en primer término de la imagen destaca una antigua máquina de coser. Detrás de ella, en plano medio, está Mohamed, un sastre de origen paquistaní; a su espalda, en plano americano, Singh, su ayudante hindú. Los clientes de esta sastrería del Raval entrarán en cuadro de perfil, de espaldas o de escorzo, pegados al objetivo y, en ocasiones, fuera de su alcance. A poco menos de un metro de distancia, con su cámara al hombro, se sitúa el director-camarógrafo.
No es que éste sea el único plano de El sastre, el último documental del director gerundense Óscar Pérez, pero sí el que mantendrá con mayor tesón a lo largo de la media hora que dura el filme. Y también el que acaba convirtiéndose en el más significativo, al trazar un triángulo que define certeramente las relaciones entre los sujetos delante y detrás de la cámara y un cuadro ahogado que constriñe la acción al tiempo que la enfatiza.
La falta de espacio, donde los encargos y los arreglos conviven sin ningún tipo de orden, y las precarias condiciones de un establecimiento que se inunda cada vez que llueve podrían ser algunas de las razones por las cuáles Mohamed siempre acaba entregando sus trabajos tarde, y en el peor de los casos, mal. Pantalones que no aparecen y mangas sin ajustar se convierten en el detonante de los más tragicómicos conflictos con los clientes. Pero frente a la insistencia, las reclamaciones o la amenaza de no volver a pisar su tienda, Mohamed continúa impasible, asertivo, agresivo y obcecado. Su discurso esquiva todo tipo de reproches, permanece rotundo en su particular lógica y coherencia interna, a pesar de que su verosimilitud se quiebre en más de una ocasión. La cámara está allí: Mohamed siempre tiene la última palabra y la dirigirá a ésta.
La palabra, la retórica, la persuasión como formas de poder -al fin y al cabo, el único ganador aquí, en caso de que lo haya, será el que logre convencer o exasperar al otro-. El desorden del lugar como metáfora del funcionamiento del poder en los microcosmos donde las relaciones no están regladas o fijadas (1). La sastrería que retrata Óscar Pérez es un espacio al margen de la ciudad y al margen de las relaciones contractuales entre vendedor y consumidor, entre empleado y empleador, entre el Estado y quienes habitan dentro de sus fronteras. Singh, el ayudante hindú, no tiene papeles, no habla castellano y trabaja a destajo por una miseria. Mohamed, tiene un negocio que sacar a flote, puede exigir a sus trabajadores y compensarlos con la “regulación” de su situación. ¿Unidos en la lucha por la supervivencia desde la precariedad? Quizás, aunque lo evidente aquí es el desequilibrio en la relación laboral. De ahí que, en una primera lectura, la película llame la atención por su incorrección política: en El sastre, un inmigrante explota a otro- paradoja ofensiva-, pero como apunta su director, al fin y al cabo, ¿acaso esta relación, este mecanismo en que el explotado devine explotador, no se da también en cualquier oficina, en cualquier otro lugar de trabajo? Y, como ocurre en muchas ocasiones, la renuncia es también aquí la única forma de desafiar la autoridad y salvaguardar la dignidad.
Y, entre ellos, frente a ellos, la cámara se posiciona, involuntaria que no ingenuamente, como otro aparato de autoridad. La distancia mínima entre personajes y director, propicia que Mohamed y Singh le acaben involucrando en su puesta en escena. Óscar Pérez se convierte así en “el hombre de la cámara” que, como evocan los diálogos, les echa una mano cuando lo necesitan, pero que, ante todo, los observa continuamente. Cámara testigo y, como tal, portadora de una visión/versión. Por eso, los personajes, por un lado, cuestionarán su legitimidad (¿acaso no obtendrá algún beneficio?) y buenas intenciones (¿no podría ser un espía?); y por otro, y recordando en el análisis que en su día realizó Ivan G. Ambruñeiras de Delitos flagrantes de Raymond Depardon, la tomarán como cómplice, buscando la comprensión y aprobación de sus actos. Cómo acertadamente muestra El sastre, la cámara testigo difícilmente puede ser neutra, su visión/versión puede juzgar, compadecer o condenar a aquellos que se sitúan delante.
Filme reflexivo, desde la doble perspectiva cinematográfica (en tanto que cuestiona la autoridad de la cámara) y política (como reflexión sobre los mecanismos de poder), El sastre (y el premio Silver Cub que obtuvo en la pasada edición del IDFA) supone un paso en firme (esperemos que también el despegue) en la carrera de Óscar Pérez, documentalista atípico y capaz de radiografiar certeramente la sociedad actual como ya demostraron sus trabajos anteriores: Salve Melilla y los cortometrajes para el programa Gran Angular.

(1) No se trataría aquí de reivindicar la necesidad de regulación para garantizar el equilibrio en las relaciones sociales, más bien de apuntar cierto funcionamiento del poder en una situación concreta. Y, aunque sea desde una nota a pie, de sugerir siguiendo las ideas de Foucault cómo la marginalidad tiene una utilidad económico-política en nuestra sociedad. Véase al respecto la conferencia Las redes del poder de Michel Foucault.
FICHA TÉCNICA
Director: Óscar Pérez
Montaje: Óscar Pérez y Mia de Ribot
Productores: Óscar Pérez y Mia de Ribot
País y año de producción: España, 2007
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Ocho metros cuadrados en el corazón de Barcelona, “empapelados” con tejidos multicolor y repletos de bolsas de plástico amontonadas y rebosantes de ropa. Apenas hay profundidad de campo, pero en primer término de la imagen destaca una antigua máquina de coser. Detrás de ella, en plano medio, está Mohamed, un sastre de origen paquistaní; a su espalda, en plano americano, Singh, su ayudante hindú. Los clientes de esta sastrería del Raval entrarán en cuadro de perfil, de espaldas o de escorzo, pegados al objetivo y, en ocasiones, fuera de su alcance. A poco menos de un metro de distancia, con su cámara al hombro, se sitúa el director-camarógrafo.
No es que éste sea el único plano de El sastre, el último documental del director gerundense Óscar Pérez, pero sí el que mantendrá con mayor tesón a lo largo de la media hora que dura el filme. Y también el que acaba convirtiéndose en el más significativo, al trazar un triángulo que define certeramente las relaciones entre los sujetos delante y detrás de la cámara y un cuadro ahogado que constriñe la acción al tiempo que la enfatiza.
La falta de espacio, donde los encargos y los arreglos conviven sin ningún tipo de orden, y las precarias condiciones de un establecimiento que se inunda cada vez que llueve podrían ser algunas de las razones por las cuáles Mohamed siempre acaba entregando sus trabajos tarde, y en el peor de los casos, mal. Pantalones que no aparecen y mangas sin ajustar se convierten en el detonante de los más tragicómicos conflictos con los clientes. Pero frente a la insistencia, las reclamaciones o la amenaza de no volver a pisar su tienda, Mohamed continúa impasible, asertivo, agresivo y obcecado. Su discurso esquiva todo tipo de reproches, permanece rotundo en su particular lógica y coherencia interna, a pesar de que su verosimilitud se quiebre en más de una ocasión. La cámara está allí: Mohamed siempre tiene la última palabra y la dirigirá a ésta.
La palabra, la retórica, la persuasión como formas de poder -al fin y al cabo, el único ganador aquí, en caso de que lo haya, será el que logre convencer o exasperar al otro-. El desorden del lugar como metáfora del funcionamiento del poder en los microcosmos donde las relaciones no están regladas o fijadas (1). La sastrería que retrata Óscar Pérez es un espacio al margen de la ciudad y al margen de las relaciones contractuales entre vendedor y consumidor, entre empleado y empleador, entre el Estado y quienes habitan dentro de sus fronteras. Singh, el ayudante hindú, no tiene papeles, no habla castellano y trabaja a destajo por una miseria. Mohamed, tiene un negocio que sacar a flote, puede exigir a sus trabajadores y compensarlos con la “regulación” de su situación. ¿Unidos en la lucha por la supervivencia desde la precariedad? Quizás, aunque lo evidente aquí es el desequilibrio en la relación laboral. De ahí que, en una primera lectura, la película llame la atención por su incorrección política: en El sastre, un inmigrante explota a otro- paradoja ofensiva-, pero como apunta su director, al fin y al cabo, ¿acaso esta relación, este mecanismo en que el explotado devine explotador, no se da también en cualquier oficina, en cualquier otro lugar de trabajo? Y, como ocurre en muchas ocasiones, la renuncia es también aquí la única forma de desafiar la autoridad y salvaguardar la dignidad.
Y, entre ellos, frente a ellos, la cámara se posiciona, involuntaria que no ingenuamente, como otro aparato de autoridad. La distancia mínima entre personajes y director, propicia que Mohamed y Singh le acaben involucrando en su puesta en escena. Óscar Pérez se convierte así en “el hombre de la cámara” que, como evocan los diálogos, les echa una mano cuando lo necesitan, pero que, ante todo, los observa continuamente. Cámara testigo y, como tal, portadora de una visión/versión. Por eso, los personajes, por un lado, cuestionarán su legitimidad (¿acaso no obtendrá algún beneficio?) y buenas intenciones (¿no podría ser un espía?); y por otro, y recordando en el análisis que en su día realizó Ivan G. Ambruñeiras de Delitos flagrantes de Raymond Depardon, la tomarán como cómplice, buscando la comprensión y aprobación de sus actos. Cómo acertadamente muestra El sastre, la cámara testigo difícilmente puede ser neutra, su visión/versión puede juzgar, compadecer o condenar a aquellos que se sitúan delante.
Filme reflexivo, desde la doble perspectiva cinematográfica (en tanto que cuestiona la autoridad de la cámara) y política (como reflexión sobre los mecanismos de poder), El sastre (y el premio Silver Cub que obtuvo en la pasada edición del IDFA) supone un paso en firme (esperemos que también el despegue) en la carrera de Óscar Pérez, documentalista atípico y capaz de radiografiar certeramente la sociedad actual como ya demostraron sus trabajos anteriores: Salve Melilla y los cortometrajes para el programa Gran Angular.

(1) No se trataría aquí de reivindicar la necesidad de regulación para garantizar el equilibrio en las relaciones sociales, más bien de apuntar cierto funcionamiento del poder en una situación concreta. Y, aunque sea desde una nota a pie, de sugerir siguiendo las ideas de Foucault cómo la marginalidad tiene una utilidad económico-política en nuestra sociedad. Véase al respecto la conferencia Las redes del poder de Michel Foucault.
FICHA TÉCNICA
Director: Óscar Pérez
Montaje: Óscar Pérez y Mia de Ribot
Productores: Óscar Pérez y Mia de Ribot
País y año de producción: España, 2007
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Ocho metros cuadrados en el corazón de Barcelona, “empapelados” con tejidos multicolor y repletos de bolsas de plástico amontonadas y rebosantes de ropa. Apenas hay profundidad de campo, pero en primer término de la imagen destaca una antigua máquina de coser. Detrás de ella, en plano medio, está Mohamed, un sastre de origen paquistaní; a su espalda, en plano americano, Singh, su ayudante hindú. Los clientes de esta sastrería del Raval entrarán en cuadro de perfil, de espaldas o de escorzo, pegados al objetivo y, en ocasiones, fuera de su alcance. A poco menos de un metro de distancia, con su cámara al hombro, se sitúa el director-camarógrafo.
No es que éste sea el único plano de El sastre, el último documental del director gerundense Óscar Pérez, pero sí el que mantendrá con mayor tesón a lo largo de la media hora que dura el filme. Y también el que acaba convirtiéndose en el más significativo, al trazar un triángulo que define certeramente las relaciones entre los sujetos delante y detrás de la cámara y un cuadro ahogado que constriñe la acción al tiempo que la enfatiza.
La falta de espacio, donde los encargos y los arreglos conviven sin ningún tipo de orden, y las precarias condiciones de un establecimiento que se inunda cada vez que llueve podrían ser algunas de las razones por las cuáles Mohamed siempre acaba entregando sus trabajos tarde, y en el peor de los casos, mal. Pantalones que no aparecen y mangas sin ajustar se convierten en el detonante de los más tragicómicos conflictos con los clientes. Pero frente a la insistencia, las reclamaciones o la amenaza de no volver a pisar su tienda, Mohamed continúa impasible, asertivo, agresivo y obcecado. Su discurso esquiva todo tipo de reproches, permanece rotundo en su particular lógica y coherencia interna, a pesar de que su verosimilitud se quiebre en más de una ocasión. La cámara está allí: Mohamed siempre tiene la última palabra y la dirigirá a ésta.
La palabra, la retórica, la persuasión como formas de poder -al fin y al cabo, el único ganador aquí, en caso de que lo haya, será el que logre convencer o exasperar al otro-. El desorden del lugar como metáfora del funcionamiento del poder en los microcosmos donde las relaciones no están regladas o fijadas (1). La sastrería que retrata Óscar Pérez es un espacio al margen de la ciudad y al margen de las relaciones contractuales entre vendedor y consumidor, entre empleado y empleador, entre el Estado y quienes habitan dentro de sus fronteras. Singh, el ayudante hindú, no tiene papeles, no habla castellano y trabaja a destajo por una miseria. Mohamed, tiene un negocio que sacar a flote, puede exigir a sus trabajadores y compensarlos con la “regulación” de su situación. ¿Unidos en la lucha por la supervivencia desde la precariedad? Quizás, aunque lo evidente aquí es el desequilibrio en la relación laboral. De ahí que, en una primera lectura, la película llame la atención por su incorrección política: en El sastre, un inmigrante explota a otro- paradoja ofensiva-, pero como apunta su director, al fin y al cabo, ¿acaso esta relación, este mecanismo en que el explotado devine explotador, no se da también en cualquier oficina, en cualquier otro lugar de trabajo? Y, como ocurre en muchas ocasiones, la renuncia es también aquí la única forma de desafiar la autoridad y salvaguardar la dignidad.
Y, entre ellos, frente a ellos, la cámara se posiciona, involuntaria que no ingenuamente, como otro aparato de autoridad. La distancia mínima entre personajes y director, propicia que Mohamed y Singh le acaben involucrando en su puesta en escena. Óscar Pérez se convierte así en “el hombre de la cámara” que, como evocan los diálogos, les echa una mano cuando lo necesitan, pero que, ante todo, los observa continuamente. Cámara testigo y, como tal, portadora de una visión/versión. Por eso, los personajes, por un lado, cuestionarán su legitimidad (¿acaso no obtendrá algún beneficio?) y buenas intenciones (¿no podría ser un espía?); y por otro, y recordando en el análisis que en su día realizó Ivan G. Ambruñeiras de Delitos flagrantes de Raymond Depardon, la tomarán como cómplice, buscando la comprensión y aprobación de sus actos. Cómo acertadamente muestra El sastre, la cámara testigo difícilmente puede ser neutra, su visión/versión puede juzgar, compadecer o condenar a aquellos que se sitúan delante.
Filme reflexivo, desde la doble perspectiva cinematográfica (en tanto que cuestiona la autoridad de la cámara) y política (como reflexión sobre los mecanismos de poder), El sastre (y el premio Silver Cub que obtuvo en la pasada edición del IDFA) supone un paso en firme (esperemos que también el despegue) en la carrera de Óscar Pérez, documentalista atípico y capaz de radiografiar certeramente la sociedad actual como ya demostraron sus trabajos anteriores: Salve Melilla y los cortometrajes para el programa Gran Angular.

(1) No se trataría aquí de reivindicar la necesidad de regulación para garantizar el equilibrio en las relaciones sociales, más bien de apuntar cierto funcionamiento del poder en una situación concreta. Y, aunque sea desde una nota a pie, de sugerir siguiendo las ideas de Foucault cómo la marginalidad tiene una utilidad económico-política en nuestra sociedad. Véase al respecto la conferencia Las redes del poder de Michel Foucault.
FICHA TÉCNICA
Director: Óscar Pérez
Montaje: Óscar Pérez y Mia de Ribot
Productores: Óscar Pérez y Mia de Ribot
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